Clara estaba enamorada, y se sentía morir. Porque estaba enamorada de Ana. Desde el momento en que la conoció a los 16 años. Y cuando se dió cuenta, un miedo horrible la embargó. Lloró durante noches. Su padre era militar, su madre religiosa tradicional,ella la mayor de tres hermanos. Si se enteraran, les daría un gran disgusto. Aun pensaban que la homosexualidad era una enfermedad. Pero Clara, cada vez que veía reir a Ana, se sentía inmensamente llena de amor, y deseaba acariciarla y besar sus labios con ternura. Cada noche se preguntaba por qué, por qué le ocurría a ella. Y lloraba. Ana reía, la abrazaba, le contaba sus penas por un hombre, y Clara creía que el universo se le caía encima. Luchar, fingir, disimular, ante sus padres, su familia, sus amigos, ante ella misma. Pero fingir solo amarga, y pudre la raíz de la persona. Clara cada día estaba más triste, y Ana, preocupada ,siempre le preguntaba: ¿pero qué te pasa?, a lo que ella contestaba: nada, el trabajo, que me mandan demasiado trabajo.
Tengo frías las manos, como el corazón y los labios. Tengo escarcha en el sentimiento y un lejano recuerdo del calor de un beso. Tengo una vida pasada que hoy se me antoja lejana. Pero sobre todo, tengo frío. Mucho frío.
Qué más me da si la Luna se hunde en el mar, si el aire se convierte en cristales rotos o si se apaga el Sol para siempre. Si en mi corazón la humedad caló hace tiempo, y los sueños huyeron de mi caminar. Si yo maté mi futuro, si yo soy la culpable de mi muerte, ¿quién me podrá salvar? Si yo soy dueña de mi pena, y exclava de mi soledad. Nada ni nadie podrá remediar el abandono de mi ser a las olas de la mar.
1. ¿Fuiste infiel alguna vez? Si, para que me dejara ,`porque si lo dejaba yo se quería suicidar ( :S ) 2. ¿Te fueron infiel? No lo se. 3. ¿Perdonarías una infidelidad? Pues nunca se sabe. Ahora mismo digo que no, porque el que te es infiel es que no te quiere realmente. Pero quien sabe, quizás llego a estar tan enamorada que hago la estupidez de perdonar. 4. ¿El que ama puede ser infiel? Yo creo que no. 5. ¿Se puede amar a dos personas a la vez? Creo que no, creo que te pueden gustar mucho dos, pero amar amar, solo una.
viernes, febrero 04, 2005
1) ¿La pasas bien con ellos? No mucho. ¿Les cuentas tus cosas? Pocas. 2) ¿Sos amigo/a de amigos de tu hermano/a? Pues la verdad es que no, nos separan muchos años. 3) Si son mas de uno ¿Con cual te llevas mejor? Con eva. ¿Porque crees q es asi? Porque es la que se lleva menos años conmigo. 4) ¿Tienes alguna anegdota que siempre recuerdes? Unas cuantas. Una de ellas es estar pegándome con mi hermano a cojinazo limpio. 5) ¿Que crees que es mejor ser el mayor o el menor de tus hermanos? Todo tiene su pro y su contra.¿Cual eres tu? La pequeña ¿Te gusta esa posicion? No sé cómo se está en las demás.
viernes, enero 28, 2005
¿Qué te saca de tus casillas? El racismo, el maltrato a personas y animales, la contaminación, Bush... ¿Qué te hace llorar? Llorar llorar, el desamor. ¿Que te hace reir a carcajadas? Algunas situaciones absurdas. ¿Qué te hace rabiar? Las lentejas con arroz. ¿Qué te hace tener miedo? Las películas de miedo.
Qué más me da si la Luna se hunde en el mar, si el aire se convierte en cristales rotos o si se apaga el Sol para siempre. Si en mi corazón la humedad caló hace tiempo, y los sueños huyeron de mi caminar. Si yo maté mi futuro, si yo soy la culpable de mi muerte, ¿quién me podrá salvar? Si yo soy dueña de mi pena, y exclava de mi soledad. Nada ni nadie podrá remediar el abandono de mi ser a las olas de la mar.
Como una fotografía en blanco y negro, en un rincón de aquella habitación abandonada por las manos arrugadas que una vez fueron tersas, así el pasado se amarillea y deja salir agujeros que empañan los recuerdos que una vez fueron presentes. El tiempo, como fiel maestro, ha trazado con líneas finas dibujos sobre aquella imagen borrosa. Sobre la silla de la esquina, se apilan los hoy que nunca pensaron ser mañana. La taza de té entre las manos, me traen el sabor a miel, y el aroma de quien una vez jugaba entre las sábanas. Y en blanco y negro el ahora con mis ojos cansados, se torna gris opaco con arrugadas manos.
Julia no sabía muy bien por qué las nubes pasaban tan deprisa por el cielo. Cuando se tumbaba en la arena, con la brisa del mar en la cara, deseaba pararlas para ver mejor las figuras que formaban. Un perro, un caballo, la cara de un hombre... Todo pronto se desvanecía como sueños al despertar. Cuando se iba una, rápidamente buscaba con la mirada otra forma divertida. Pasaba así las horas, hasta que el frío la hacia regresar a casa. Durante toda su vida esa costumbre nunca varió. Era una forma de desconectar con el mundo. Los días despejados dibujaba en la arena con algún palito las formas que días antes había visto en las nubes, como queriendo hacerlas regresar. Su madre siempre decía: esta niña un día de tanto mirar para arriba le va a pasar algo por la calle. Julia deseaba un día volar, tocando esas nubes esponjosas, de las que estaba segura que sería como las de algodón. Mantenía la firme convicción de que eran de azúcar y que por eso eran blancas. Si alguna vez se tornaban gris era porque alguien las había mojado y por eso a veces soltaban esa agua. Con los años estudió meteorología, para saber con más certeza cuándo habría nubes y así bajar a la playa. Siempre mirando hacia el cielo.
Una vez, tendría unos 14 años, estaba de pie en la orilla intentando averiguar si lo que veía era un perro o una hombre con bastón , cuando alguien se tropezó con ella. Era un muchacho, de su edad más o menos, con los ojos marrones y blanco de piel. Se quedaron mirándose con cara sorprendida. -Hola- dijo Julia un tanto confusa. -Hola. -¿Por qué no me viste? -Perdona, iba mirando las huellas de los pies. ¿Y tú? ¿Por qué no me viste tú a mi? -Vaya, miraba las nubes.
Ambos quedaron extrañados: ¿Qué persona razonable iba por la orilla de la playa mirando las huellas de los pies, las nubes? La curiosidad de Julia hizo que su mirada se centrase en el muchacho más de lo que acostumbraba a dedicar al observar al resto de personas. Con una facilidad sólo propia de ellos, se contaron sus secretos: Julia le habló de las formas de las nubes, y cómo jugar con ellas a adivinar lo que dibujan. Le contó que a veces te tienes que mover y dar la vuelta para ver una figura determinada, y que tienes que ser rápido porque en ocasiones corren mucho. Él, que se llamaba Carlos, le contó sobre las formas de los pies, que siempre son diferentes y que hablan de la persona que los tiene. Le habló de que jugaba a imaginar historias sobre sus dueños a raíz de las huellas: Unas muy profundas son de una persona obesa, y si están más hundidas unas que otras es que se trata de un cojo. Un cojo obeso... Quizá un pirata jubilado, que había llegado a la ciudad por casualidad después de abordar un barco con cargamento de atún... Quizá una señora que huía de su palacio escondido...
Entre huellas y nubes los dos rieron sin parar. En las semanas `posteriores (y luego años) quedaban en el mismo lugar para intercambiarse información. A veces incluso cambiaban sus mutuas aficiones. Con el tiempo Carlos aprendió a mirar las nubes y diferenciar un pájaro de un caballito de mar, y Julia aprendió a mirar las huellas e imaginar historias sobre sus dueños. Hoy Julia da el tiempo en la televisión, y Carlos es un estupendo podólogo. Pero los fines de semana, se van juntos a la playa
Cuando se caen las hojas del otoño , y la brisa vuelve a enfriar la nariz; cuando los abrigos salen a pasear, y la luz se torna opaca; cuando las calles se humedecen durante la noche; cuando una estrella se cae al mar; entonces mi vida se torna naranja como el sol que nace al despertar.
Cuando ya nadie me acaricia el pelo, y no siento unos dedos por mi espalda; cuando mis labios no besan otros labios; cuando mis manos no toman una cara; entonces mi mirada se pierde en la noche como el faro alumbra a la oscuridad.
Cuando mi cama sólo alberga mi cuerpo, y nadie me arropa al dormir; cuando nadie me llama al medio día, y nadie pregunta por mi ser; entonces mi lápiz escribe suspiros... suspiros de papel.
Nada más bajar del avión el miedo se apoderó de ella. Era la primera vez que se iba a otro país con sólo una dirección en la mano. Vaqueros, botas, camisa, un jersey, una mochila, y un maleta era todo lo que llevaba, a parte de un nudo en el estómago diferente al que tuvo los días anteriores. Un taxista la dejó a la puerta de un edificio de ladrillos rojos. No parecía un barrio con seguridad ciudadana. Le dio al botón del telefonillo pero no funcionaba, así que subió escaleras arriba con bastante congoja, todo sea dicho. Olía fatal , ratas corrían por los pasillos, se escuchaba un niño llorar y una mujer gritando. Bien, aquí voy. Delante de la puerta todo le parecía surrealista. Al menos he llegado.
- Toc toc toc. - Fuck you!!!
Amelia no sabía si salir corriendo o volver a llamar. La voz le sonaba reconocible, pero no del todo.
- ¿ Fran? Soy... soy yo, Amelia. ¿ Estás ahí?
Pasaron unos minutos cuando la puerta se abrió. Era él, o eso creía. Barba más que incipiente, boca reseca, aliento a puro alcohol, chándal con un olor nada agradable. Y el piso no parecía mucho mejor.
- ¡¡Coño!! He bebido demasiado.
Después de unos minutos explicándole que no, que ella estaba allí de verdad, Amelia pensó que menos mal que había ido. Los dos en la miseria al mismo tiempo, aunque él bastante peor que ella. Con esfuerzo lo llevó hasta la placa de la ducha, lo metió debajo y lo empapó de agua fría durante cinco minutos haciendo caso omiso de sus quejas y palabras, seguro mal sonantes, aunque no las entendía. Luego tiró la ropa que había encima de la cama al suelo, lo desnudó y lo echó allí tapándolo con una manta. Lo encontró tan desmejorado... Nunca fue gran cosa, un tipo normal. Pero esos meses lo habían machacado. Tenía más barriga cervecera que nunca, el pelo reliado y estropajoso, ojeras, barba de varios días... De repente le dio pena. Pues si depende de este tipo mi salvación... Se acercó a la ventana. No se veía el cielo. Otro edificio lo tapaba, en el que justo abajo había un prostíbulo bastante concurrido. Ya era de noche. Se supo perdida en una gran ciudad, en un agujero de oscuridad, sin Ismael ni Sabina, sin esperanzas de que alguien la rescatara. Ni siquiera sabía qué pasaría al día siguiente. Quería huir, regresar a algún lugar conocido.
Mirando al suelo del apartamento se dio de bruces con un montón de sueños rotos. Todos los libros que Fran había escrito se encontraban destrozados, el último en concreto medio quemado. Una revista de crítica abierta por una página. Una foto de una mujer rubia partida por la mitad. Vasos usados, botellas vacías... Nos estrellamos contra las rocas... Quién dijo que los sueños se consiguen con esfuerzo. No sabía si recoger ese cementerio de sueños o respetar el luto. Se sentó en el sofá y cogió una botella de ron. No caería en el fácil error de emborracharse ella también. Esta vez no. Sólo lo justo para poder dormir entre tanta muerte de sueños.
La tarde iba muriendo. A medida que pasaban los minutos más nubes oscuras se acumulaban en el cielo. Esta noche lloverá y no se verán las estrellas En las grandes ciudades las estrellas no se ven nada o casi nada. Si acaso las de cine o música. Pero en ciudades como Cádiz eran esas estrellas las difíciles de visualizar. Las del cielo, los astros, siempre se veían con claridad. La estrella Polar, la Osa Mayor, la Menor, el Cinturón de Orión... Sólo cuando había Luna llena costaba un poco, pero bastaba con bajar a la playa para verlas. Y entonces el paisaje era espléndido. La gran Luna arriba, dejando su surco de luz en el mar oscuro en calma, y las estrellas alrededor. Pero esa noche no sería así. No se vería nada de eso. Llevaba todo el día dándole vueltas a la cabeza. Las mujeres de los libros que solía leer nunca actuaban de ese modo. No dejaban pasar las horas haciendo nada. Lo que le confirmó que por ese camino no llegaría a cambiar. Maldito seas Fran, ¿ dónde te metes? Necesitaba que fuera a su casa, que le diera una bofetada, que la incorporara, y le dijera eso de Es un cabrón, no le des más vueltas.
Pero a saber dónde andaba ahora. Pensó en llamarlo, localizarlo allá donde estuviera, y pedirle, rogarle que la rescatara. No le pareció lo más adecuado. Le fastidiaría sus conferencias, sus firmas, sus contratos... Ya no estaba allí. Nunca volvería a estar. Como mucho tendría que esperar a que llegase una postal o algún e-mail. Se levantó sin ganas para ir a la cocina y beber un poco de agua. Vaya cocina. Hacía una semana que no limpiaba, ni fregaba, ni ordenaba aquello. Dudó en si hacerlo en ese momento, pero rechazó la idea para más tarde. Se acercó al cuarto de baño. Se miró sin querer en el espejo: ojeras hasta el suelo, ojos rojos de pasar las noches en vela, el pelo moreno recogido en una coleta mal hecha, el pijama de cuadros lleno de miguitas de pan y pelusas... Desde luego estoy hecha un cuadro. Llevo una semana de vacaciones y ya estoy así. A este ritmo no aguanto el mes entero. En ese momento se le ocurrió algo que de absurdo que parecía era buena idea. Viajaría a ver algún amigo. Y el primero en quien pensó fue en Fran. Iría donde estuviera, charlarían, tomarían copas, se lo pasarían bien, y luego ella regresaría dejándolo seguir con su vida. Muchas contrariedades se le pasaron por la mente: quizá no tenga tiempo. No le apetecerá verme... Pero decidió que por intentarlo no pasaría nada. Sólo necesitaba una pequeña inyección de él. Salió del cuarto de baño de prisa y fue hasta su habitación ( o leonera ). Tenía que encontrar la postal para poder seguirle la pista. Una vez la tuvo en sus manos marcó el número de teléfono de la Editorial que lo contrató. Al otro lado del aparato una señorita le dijo que hacía meses que Francisco Ulloa no trabajaba para ellos, que le parecía que lo contrataron en Planeta. La señorita no le pudo facilitar nada más de información, así que tuvo que dar muchos rodeos hasta contactar con la oficina central de Planeta. Lo siento hace cuatro meses que no trabaja para nosotros. Pero si quiere le puedo dar la dirección y el número de teléfono del apartamento donde vivía ese hijo de puta. Aunque no le aseguro que lo encuentre, suele desaparecer cuando se le busca, el muy cabrón. Vaya, por lo visto Fran había hecho algo más que conversaciones con aquella señorita. La dirección era de Londres. Con nervios marcó el teléfono. Venga Fran, no me falles, a mi no. Pero nadie contestaba. El agobio empezaba a apoderarse de su cuerpo. Él era el único que quizá aún la pudiera salvar. De repente una idea ingeniosa, no propia de ella en esos días, se le ocurrió. Llamó a correos ( después de hora y media buscando cómo) y preguntó, con su pésimo inglés, si vivía aún allí Francisco Ulloa de Riveira . ¡Bingo! Al menos el apartamento seguía estando a su nombre. Bien, es una decisión arriesgada. Una locura más bien. Puedo llegar y quedarme sola en medio de Londres... En ese caso visitaré la ciudad Quizá estuviera como una puta cabra, pero en ese momento le daba igual. Una leve esperanza le nació dentro.
La maté, si. No lo pretendía pero la verdad es que se lo merecía. Traté de enseñarle a comportarse desde que nos casamos, porque si era mi mujer debía aprender a vestirse, a cuidar la casa, a hacer la comida... vamos, lo normal en una mujer. La muy ingrata nunca me dio las gracias. Otro la hubiera mandado a la mierda a la primera de cambio, pero yo no. No. Yo cada vez que se portaba mal la castigaba con algún bofetón o empujón, nada del otro mundo. Pero la imbécil sólo lloraba y lloraba pidiéndome perdón, aunque nunca aprendía. Se que su limitado cerebro de mujer le costaba aprender las pautas correctas, pero yo nunca perdí la esperanza!!. Recuerdo un día que se portó muy mal. Iba por la calle de camino a casa tras un día agotador de trabajo, cuando me la vi mirando un escaparate. La muy puta llevaba una falda por las rodillas y una camisa que dejaba ver su cuello. Mira que se lo dije: no vayas provocando, que ya eres mía. Pero no, no aprendía. Para colmo llevaba la bolsa de la compra aún. Ni siquiera sabía tener la comida a punto para cuando yo llegara!! La cogí del brazo y la llevé a casa , no sin dejar de escuchar sus estúpidos lloros y moqueos. Le di una soberana paliza para que aprendiera. Tuve que tener cuidado. Le advertí que usara camisas de manga larga y pantalones para disimular los golpes. Evidentemente en la cara no le hice nada. Yo si soy inteligente. A los dos años nació nuestro primer hijo. La muy zorra no supo no quedarse embarazada. Lo hizo por venganza, ya que siempre se resistía a follar. Y yo sé por qué. En la cama dejaba ver lo puta que era. Le gustaba que yo la dominase. Aunque una vez me cabreé porque hizo algo que yo no le había enseñado. Creí que había estado con otro y le pegué. Después mi madre me dijo que había estado con ella toda la tarde, así que no pudo engañarme. Da igual, así aprendió por si acaso. El caso es que cuando nació el niño me dejó de lado. Siempre estaba cansada, (o eso decía). Y el enano llorando, moqueando, pidiendo comida... Dios, era como una prolongación de ella. Más de una vez estuve a punto de pegarle una paliza a él también. Si no lo hice fue porque tendría a los defensores del menor dándome el coñazo cada dos por tres. Al año siguiente nació la niña. Y las molestias se duplicaron. Por quedarse embarazada de nuevo otro castigo le tuve que dar. La inútil no sabía controlar su coño. Tres años más tarde, cuando más o menos ya la tenía domesticada, de nuevo se pasó dela raya, y esta vez demasiado. Cogí el ascensor , y cuando llegué a mi puerta no me lo podía creer: Ahí estaba mi mujer, en el umbral, hablando con un vecino!! Le di un empujón al hombre, y entré en casa soltando el maletín y cogiéndola del brazo. Me lloraba , me suplicaba, y me decía cosas tan inverosímiles como que sólo le había pedido sal. Qué estupidez.¿Acaso pensaba que yo no sabía que lo iba a meter en casa para follárselo? No pude más, la metí en la cocina y descargué mi furia. Cuando me tranquilicé ya era demasiado tarde. Yacía inerte en un charco de sangre. No recuerdo haber cogido el cuchillo, pero debió ser así. Ya ve señor juez, que mis argumentos son de peso. La muy puta me sigue dando problemas incluso muerta.
Se tumbó en la cama boca arriba. Todos los discos de Ismael Serrano y Sabina se acumulaban a su alrededor. En momentos así eran su mejor terapia para no salir de su miserable mundo. Era una caricatura de lo que una vez quiso ser. Se sentía tan jodidamente vacía... Estaba así desde que su última pareja la dejó con un montón de excusas en la mano. No fue gran cosa. Pocos meses. Ni siquiera él era alguien con quien soñar cada noche. Pero la hizo volar. Ya hacía más de tres años de aquello. Intentó todo. Odiarlo, amarlo, quererle como amigo, pasar de él, estar a su lado... Todo inútil. El vacío seguía dentro. Pensaba que seguía ahí porque aún no había vuelto a volar. El caso es que en su vida no había un amor eterno, de esos que perduran en el tiempo hasta que un día, pasados diez años, se volvieran a encontrar, en otra ciudad quizá, y el amor renaciera para nunca apagarse. Eso no le ocurriría jamás. Por no tener no tenía ni con quién soñar. No tenía un amor pasado con el que desease volver. A veces cerraba los ojos en un intento por regresar a los momentos en los que fue feliz. Sabía perfectamente que la felicidad es fugaz. Sabía todas aquellas filosofías y doctrinas que dicen que hay que buscar el equilibrio en el interior, y la paz, y toda la felicidad en uno mismo. Sabía muchas cosas. Pero ninguna la llenaba. Y eso que lo probó todo. Desde la religión hasta la filosofía. Él, su última pareja, el que aún aparecía en algún momento del día a día, se había ido a Málaga, ciudad donde siempre deseó regresar, y por fin consiguió estar con su amor platónico. Realmente era feliz. Y ella se sentía realmente malvada. Tanto decir y fingir que quería lo mejor para él, que le deseaba que fuese feliz en su vida, cuando en realidad soñaba con que fuera desgraciado sin ella, que no consiguiera sus sueños, que estuviera con su amor platónico y se diera cuenta que a quien amaba de verdad era a ella, que viniera destrozado, hecho polvo, y que su único anhelo fuera estar a su lado. No debería desear estas cosas se decía a menudo. Pero lo hacía, y un nudo de rabia e impotencia crecía en su interior. No conseguía aparcar ese deseo. A veces se encontraban por la red. Él le contaba lo feliz que era, y ella disimulaba y fingía alegría al mismo tiempo que se inventaba un yo también lo soy y omitía tener que contestar no, aun no tengo pareja estable. Quizá la solución fuera eliminarlo de su círculo vital. Fuera del ordenador tenía menos posibilidades de verlo. La última vez ya fue hacía un año. En un bar. Tenía prisa, porque cuando ella llegaba él, o más bien ellos, se iban. Así que tan solo fue Hombre, que de tiempo, a ver cuando podemos quedar para charlar. Ya te llamo si vuelvo por aquí. Avísame si vas a Málaga .Calvo por completo, con esa vestimenta que nunca le quedó bien, y a su lado una mujer morena, rellenita. Pero los dos con una jodida sonrisa de felicidad que no les cabía en el cuerpo. Amelia ese día salió para tomarse un par de tequilas que la hicieran despejarse de su trabajo monótono, de su jefe salido, de sus compañeras pedantes, en definitiva, de su odiosa vida. La que nunca quiso tener. El caso es que sabía ( él se lo confesó una tarde por el ordenador) que él aún soñaba con su cuerpo , su boca, sus besos, sus manos, sus caricias más de una noche. Eso la hizo sentirse peor. Caraho, ahora resulta que sólo echa de menos follar conmigo. Tan sólo fui eso en su vida: una gran folladora
Se tumbó en la cama boca arriba. Todos los discos de Ismael Serrano y Sabina se acumulaban a su alrededor. En momentos así eran su mejor terapia para no salir de su miserable mundo. Era una caricatura de lo que una vez quiso ser. Se sentía tan jodidamente vacía... Estaba así desde que su última pareja la dejó con un montón de excusas en la mano. No fue gran cosa. Pocos meses. Ni siquiera él era alguien con quien soñar cada noche. Pero la hizo volar. Ya hacía más de tres años de aquello. Intentó todo. Odiarlo, amarlo, quererle como amigo, pasar de él, estar a su lado... Todo inútil. El vacío seguía dentro. Pensaba que seguía ahí porque aún no había vuelto a volar. El caso es que en su vida no había un amor eterno, de esos que perduran en el tiempo hasta que un día, pasados diez años, se volvieran a encontrar, en otra ciudad quizá, y el amor renaciera para nunca apagarse. Eso no le ocurriría jamás. Por no tener no tenía ni con quién soñar. No tenía un amor pasado con el que desease volver. A veces cerraba los ojos en un intento por regresar a los momentos en los que fue feliz. Sabía perfectamente que la felicidad es fugaz. Sabía todas aquellas filosofías y doctrinas que dicen que hay que buscar el equilibrio en el interior, y la paz, y toda la felicidad en uno mismo. Sabía muchas cosas. Pero ninguna la llenaba. Y eso que lo probó todo. Desde la religión hasta la filosofía. Él, su última pareja, el que aún aparecía en algún momento del día a día, se había ido a Málaga, ciudad donde siempre deseó regresar, y por fin consiguió estar con su amor platónico. Realmente era feliz. Y ella se sentía realmente malvada. Tanto decir y fingir que quería lo mejor para él, que le deseaba que fuese feliz en su vida, cuando en realidad soñaba con que fuera desgraciado sin ella, que no consiguiera sus sueños, que estuviera con su amor platónico y se diera cuenta que a quien amaba de verdad era a ella, que viniera destrozado, hecho polvo, y que su único anhelo fuera estar a su lado. No debería desear estas cosas se decía a menudo. Pero lo hacía, y un nudo de rabia e impotencia crecía en su interior. No conseguía aparcar ese deseo. A veces se encontraban por la red. Él le contaba lo feliz que era, y ella disimulaba y fingía alegría al mismo tiempo que se inventaba un yo también lo soy y omitía tener que contestar no, aun no tengo pareja estable. Quizá la solución fuera eliminarlo de su círculo vital. Fuera del ordenador tenía menos posibilidades de verlo. La última vez ya fue hacía un año. En un bar. Tenía prisa, porque cuando ella llegaba él, o más bien ellos, se iban. Así que tan solo fue Hombre, que de tiempo, a ver cuando podemos quedar para charlar. Ya te llamo si vuelvo por aquí. Avísame si vas a Málaga .Calvo por completo, con esa vestimenta que nunca le quedó bien, y a su lado una mujer morena, rellenita. Pero los dos con una jodida sonrisa de felicidad que no les cabía en el cuerpo. Amelia ese día salió para tomarse un par de tequilas que la hicieran despejarse de su trabajo monótono, de su jefe salido, de sus compañeras pedantes, en definitiva, de su odiosa vida. La que nunca quiso tener. El caso es que sabía ( él se lo confesó una tarde por el ordenador) que él aún soñaba con su cuerpo , su boca, sus besos, sus manos, sus caricias más de una noche. Eso la hizo sentirse peor. Caraho, ahora resulta que sólo echa de menos follar conmigo. Tan sólo fui eso en su vida: una gran folladora
Se tumbó en la cama boca arriba. Todos los discos de Ismael Serrano y Sabina se acumulaban a su alrededor. En momentos así eran su mejor terapia para no salir de su miserable mundo. Era una caricatura de lo que una vez quiso ser. Se sentía tan jodidamente vacía... Estaba así desde que su última pareja la dejó con un montón de excusas en la mano. No fue gran cosa. Pocos meses. Ni siquiera él era alguien con quien soñar cada noche. Pero la hizo volar. Ya hacía más de tres años de aquello. Intentó todo. Odiarlo, amarlo, quererle como amigo, pasar de él, estar a su lado... Todo inútil. El vacío seguía dentro. Pensaba que seguía ahí porque aún no había vuelto a volar. El caso es que en su vida no había un amor eterno, de esos que perduran en el tiempo hasta que un día, pasados diez años, se volvieran a encontrar, en otra ciudad quizá, y el amor renaciera para nunca apagarse. Eso no le ocurriría jamás. Por no tener no tenía ni con quién soñar. No tenía un amor pasado con el que desease volver. A veces cerraba los ojos en un intento por regresar a los momentos en los que fue feliz. Sabía perfectamente que la felicidad es fugaz. Sabía todas aquellas filosofías y doctrinas que dicen que hay que buscar el equilibrio en el interior, y la paz, y toda la felicidad en uno mismo. Sabía muchas cosas. Pero ninguna la llenaba. Y eso que lo probó todo. Desde la religión hasta la filosofía. Él, su última pareja, el que aún aparecía en algún momento del día a día, se había ido a Málaga, ciudad donde siempre deseó regresar, y por fin consiguió estar con su amor platónico. Realmente era feliz. Y ella se sentía realmente malvada. Tanto decir y fingir que quería lo mejor para él, que le deseaba que fuese feliz en su vida, cuando en realidad soñaba con que fuera desgraciado sin ella, que no consiguiera sus sueños, que estuviera con su amor platónico y se diera cuenta que a quien amaba de verdad era a ella, que viniera destrozado, hecho polvo, y que su único anhelo fuera estar a su lado. No debería desear estas cosas se decía a menudo. Pero lo hacía, y un nudo de rabia e impotencia crecía en su interior. No conseguía aparcar ese deseo. A veces se encontraban por la red. Él le contaba lo feliz que era, y ella disimulaba y fingía alegría al mismo tiempo que se inventaba un yo también lo soy y omitía tener que contestar no, aun no tengo pareja estable. Quizá la solución fuera eliminarlo de su círculo vital. Fuera del ordenador tenía menos posibilidades de verlo. La última vez ya fue hacía un año. En un bar. Tenía prisa, porque cuando ella llegaba él, o más bien ellos, se iban. Así que tan solo fue Hombre, que de tiempo, a ver cuando podemos quedar para charlar. Ya te llamo si vuelvo por aquí. Avísame si vas a Málaga .Calvo por completo, con esa vestimenta que nunca le quedó bien, y a su lado una mujer morena, rellenita. Pero los dos con una jodida sonrisa de felicidad que no les cabía en el cuerpo. Amelia ese día salió para tomarse un par de tequilas que la hicieran despejarse de su trabajo monótono, de su jefe salido, de sus compañeras pedantes, en definitiva, de su odiosa vida. La que nunca quiso tener. El caso es que sabía ( él se lo confesó una tarde por el ordenador) que él aún soñaba con su cuerpo , su boca, sus besos, sus manos, sus caricias más de una noche. Eso la hizo sentirse peor. Caraho, ahora resulta que sólo echa de menos follar conmigo. Tan sólo fui eso en su vida: una gran folladora
Amelia miraba por la ventana. Llevaba así un par de horas, con la cámara de fotos en la mano. Había sacado unas cuantas de su jardín. Era primavera y ya las flores adornaban las macetas. El olor a jazmín impregnaba la entrada. Aún el limonero, ni el naranjo, ni el peral, ni los granados dieron frutos. Nunca lo daban. Sólo el almendro unas semanas antes lo consiguió. Rojos, amarillos, blancos, verdes fuertes, adornaban cada rincón. El sol calentaba más que nunca. Los gorriones ya se habían comido el pan que les echó en el suelo para poder fotografiarlos mejor. La vida inundaba el jardín. Eran las 15.30 y aún no había comido. No le apetecía . Sólo pensaba en cómo cambiar su vida. Creyó conveniente desprenderse de las personas que no le aportaban nada. Números de teléfonos, contactos de e-mails, que sólo rellenaban huecos, y que cuando se ponían en contacto no le daban nada positivo. Esa tarea no era sencilla. Nunca lo había hecho pensando en ¿Y si un día necesitan hablar conmigo? Pero esta vez quería ser egoísta. Quería pasar de aquellas personas que nunca estuvieron a su lado cuando las necesitó. Dejó la cámara encima de la mesa, encendió el ordenador, fue hasta el grupo de contactos, y puso la flecha del ratón sobre uno de ellos. Ya está, sólo tenía que darle a Eliminar contacto. Así de sencillo. Pero el dedo no apretaba el botón. ¡Maldita sea! No tenía el valor necesario. De repente una inmensa desolación la invadió. Nunca conseguiría su cambio. Nunca conseguía sus propósitos. Paseó por sus archivos y vio la cantidad de relatos a medio hacer que se le acumulaban. Pensó en su colega Fran. Él siempre tuvo la paciencia y decisión de terminarlos. Ahora estaría en Londres o Nueva York dando alguna conferencia sobre su último libro. Hacía casi un año que no recibía una postal desde su ubicación actual. Lo echaba de menos. Fran siempre le decía que conseguiría ser la mujer que deseaba, y la ayudaba a ver lo absurdo de algunos problemas. Pero ya no estaba. Y ya su ilusión de cambiar se desvanecía. Pensó también en Clara. Tan artística como siempre. Al final consiguió hacer una exposición de cuadros y ahora estaba en Francia viviendo la vida que siempre deseó. Lo último que supo es que daba clases de filosofía, y los fines de semana trataba con subastadores, restauradores, filántropos, pintores... Siempre fue puro arte. Se acordó de Inés, que por fin consiguió que la contratasen en la ONU, tenía su casa en Alemania, con perro incluido y aquel marido obediente. Marta, Daniel, Raúl, Julia... Todos con sus objetivos cumplidos. Todos fuera. Y ella ahí. En el mismo lugar. Trabajando en el museo durante la semana y restaurando obras algunos fines de semana. Sus sueños rotos, las ilusiones de niñez perdidas. Su vida, diferente a la que soñó. Anclada en una monotonía asfixiante. Veintiséis años. Veintiséis años absurdos y sin sentido.
Ella sabía perfectamente que su vida dependía de los actos de cada día. Pero le daba igual, porque a su alrededor no había quién le alabase o le intensificase el valor de sus acciones. Así que una mañana, sin más, decidió empezar a vivir. Decidió empezar a ser el tipo de mujer que salían en los libros de Arturo Pérez Reverte. Esas mujeres siempre eran frías por fuera, enigmáticas, sabían lo que hacían y por dentro guardaban un huracán en llamas. Siempre estaban solas, pero eran muy inteligentes. Y al final un galán las rondaba y ellas hacían como si pasara de ellos. Siempre eran historias interesantes. Quería ser así. Formar parte de un libro. Pero sabía que era complicado saltar de un libro a otro. Cuando se nace uno queda atrapado entre las páginas blancas que cada día ha de ir rellenando. Pero quería cortar ahí. Ya eran años suficientes. Ya bastaba de ser bobalicona, generosa, buena, y olvidar el daño pasado. Quería esta vez ser la que dañaba y no la que es dañada. Su naturaleza no era así, pero estaba decidida a cambiarla. No sabía las consecuencias que le podrían traer ese cambio brusco, pero le daba igual. Al final, uno es como la gente te ve y poco importa como tú crees que eres. Así que pensaba que si se mostraba fría, quizá llegara a serlo; que si se mostraba serena, quizá lo fuera; que si pasaba de los hombres, puede que un día lo consiguiera. No sabía cómo empezar aquello, ni si era la mejor solución. Quizá de tanto intentarlo algún día lo consiguiera.