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Nagara

La vida que nunca quiso tener (3)

Se tumbó en la cama boca arriba. Todos los discos de Ismael Serrano y Sabina se acumulaban a su alrededor. En momentos así eran su mejor terapia para no salir de su miserable mundo. Era una caricatura de lo que una vez quiso ser. Se sentía tan jodidamente vacía... Estaba así desde que su última pareja la dejó con un montón de excusas en la mano. No fue gran cosa. Pocos meses. Ni siquiera él era alguien con quien soñar cada noche. Pero la hizo volar. Ya hacía más de tres años de aquello. Intentó todo. Odiarlo, amarlo, quererle como amigo, pasar de él, estar a su lado... Todo inútil. El vacío seguía dentro. Pensaba que seguía ahí porque aún no había vuelto a volar. El caso es que en su vida no había un amor eterno, de esos que perduran en el tiempo hasta que un día, pasados diez años, se volvieran a encontrar, en otra ciudad quizá, y el amor renaciera para nunca apagarse. Eso no le ocurriría jamás. Por no tener no tenía ni con quién soñar. No tenía un amor pasado con el que desease volver. A veces cerraba los ojos en un intento por regresar a los momentos en los que fue feliz. Sabía perfectamente que la felicidad es fugaz. Sabía todas aquellas filosofías y doctrinas que dicen que hay que buscar el equilibrio en el interior, y la paz, y toda la felicidad en uno mismo. Sabía muchas cosas. Pero ninguna la llenaba. Y eso que lo probó todo. Desde la religión hasta la filosofía. Él, su última pareja, el que aún aparecía en algún momento del día a día, se había ido a Málaga, ciudad donde siempre deseó regresar, y por fin consiguió estar con su amor platónico. Realmente era feliz. Y ella se sentía realmente malvada. Tanto decir y fingir que quería lo mejor para él, que le deseaba que fuese feliz en su vida, cuando en realidad soñaba con que fuera desgraciado sin ella, que no consiguiera sus sueños, que estuviera con su amor platónico y se diera cuenta que a quien amaba de verdad era a ella, que viniera destrozado, hecho polvo, y que su único anhelo fuera estar a su lado. “No debería desear estas cosas” se decía a menudo. Pero lo hacía, y un nudo de rabia e impotencia crecía en su interior. No conseguía aparcar ese deseo. A veces se encontraban por la red. Él le contaba lo feliz que era, y ella disimulaba y fingía alegría al mismo tiempo que se inventaba un “ yo también lo soy” y omitía tener que contestar “ no, aun no tengo pareja estable”. Quizá la solución fuera eliminarlo de su círculo vital. Fuera del ordenador tenía menos posibilidades de verlo. La última vez ya fue hacía un año. En un bar. Tenía prisa, porque cuando ella llegaba él, o más bien ellos, se iban. Así que tan solo fue “ Hombre, que de tiempo, a ver cuando podemos quedar para charlar. Ya te llamo si vuelvo por aquí. Avísame si vas a Málaga” .Calvo por completo, con esa vestimenta que nunca le quedó bien, y a su lado una mujer morena, rellenita. Pero los dos con una jodida sonrisa de felicidad que no les cabía en el cuerpo. Amelia ese día salió para tomarse un par de tequilas que la hicieran despejarse de su trabajo monótono, de su jefe salido, de sus compañeras pedantes, en definitiva, de su odiosa vida. La que nunca quiso tener.
El caso es que sabía ( él se lo confesó una tarde por el ordenador) que él aún soñaba con su cuerpo , su boca, sus besos, sus manos, sus caricias más de una noche. Eso la hizo sentirse peor. “Caraho, ahora resulta que sólo echa de menos follar conmigo. Tan sólo fui eso en su vida: una gran folladora”

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