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Nagara

La vida que nunca quiso tener (5)

Nada más bajar del avión el miedo se apoderó de ella. Era la primera vez que se iba a otro país con sólo una dirección en la mano. Vaqueros, botas, camisa, un jersey, una mochila, y un maleta era todo lo que llevaba, a parte de un nudo en el estómago diferente al que tuvo los días anteriores. Un taxista la dejó a la puerta de un edificio de ladrillos rojos. No parecía un barrio con seguridad ciudadana. Le dio al botón del telefonillo pero no funcionaba, así que subió escaleras arriba con bastante congoja, todo sea dicho. Olía fatal , ratas corrían por los pasillos, se escuchaba un niño llorar y una mujer gritando. “Bien, aquí voy”. Delante de la puerta todo le parecía surrealista. “Al menos he llegado.”

- Toc toc toc.
- Fuck you!!!

Amelia no sabía si salir corriendo o volver a llamar. La voz le sonaba reconocible, pero no del todo.

- ¿ Fran? Soy... soy yo, Amelia. ¿ Estás ahí?

Pasaron unos minutos cuando la puerta se abrió. Era él, o eso creía. Barba más que incipiente, boca reseca, aliento a puro alcohol, chándal con un olor nada agradable. Y el piso no parecía mucho mejor.

- ¡¡Coño!! He bebido demasiado.

Después de unos minutos explicándole que no, que ella estaba allí de verdad, Amelia pensó que menos mal que había ido. Los dos en la miseria al mismo tiempo, aunque él bastante peor que ella. Con esfuerzo lo llevó hasta la placa de la ducha, lo metió debajo y lo empapó de agua fría durante cinco minutos haciendo caso omiso de sus quejas y palabras, seguro mal sonantes, aunque no las entendía. Luego tiró la ropa que había encima de la cama al suelo, lo desnudó y lo echó allí tapándolo con una manta. Lo encontró tan desmejorado... Nunca fue gran cosa, un tipo normal. Pero esos meses lo habían machacado. Tenía más barriga cervecera que nunca, el pelo reliado y estropajoso, ojeras, barba de varios días... De repente le dio pena. “ Pues si depende de este tipo mi salvación...”
Se acercó a la ventana. No se veía el cielo. Otro edificio lo tapaba, en el que justo abajo había un prostíbulo bastante concurrido. Ya era de noche. Se supo perdida en una gran ciudad, en un agujero de oscuridad, sin Ismael ni Sabina, sin esperanzas de que alguien la rescatara. Ni siquiera sabía qué pasaría al día siguiente. Quería huir, regresar a algún lugar conocido.

Mirando al suelo del apartamento se dio de bruces con un montón de sueños rotos. Todos los libros que Fran había escrito se encontraban destrozados, el último en concreto medio quemado. Una revista de crítica abierta por una página. Una foto de una mujer rubia partida por la mitad. Vasos usados, botellas vacías... “ Nos estrellamos contra las rocas... Quién dijo que los sueños se consiguen con esfuerzo.”
No sabía si recoger ese cementerio de sueños o respetar el luto. Se sentó en el sofá y cogió una botella de ron. No caería en el fácil error de emborracharse ella también. Esta vez no. Sólo lo justo para poder dormir entre tanta muerte de sueños.

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