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Nagara

Febrero 2004

14:30

Ahora que me encuentro aquí, sola, frente al mar, queriendo huir de esa rutina que se me antoja obligada, pienso en lo absurdo de la vida. ¿Quién me dice a mi que no debo estar aquí, que debería estar en la facultad? ¿quién me dice que no puedo disfrutar de este momento de soledad íntima? El soplo de la brisa marina me acaricia una mejilla, en la otra el sol, y delante, la marea canta la nana del marinero. El paisaje, hoy, es tranquilo. El color diría yo que, hoy, es verde oscuro, y el cielo azul pálido, porque en el horizonte se percibe la niebla. Empiezo a tener calor. La fría intimidad que hoy dispongo y que venía acompañando la soledad durante estos días, hoy ha sido aumentada. No quisiera saber cómo he llegado a esta situación, si por actos propios o por mala suerte. Lo cierto es que no es nuevo.
Recuerdo la última vez que estuve en este mismo lugar, habiéndome escapado del instituto para ver a mi novio. Estaba tan enamorada que no me daba cuenta de que me hacía más mal que bien. Y aquí estábamos, batido y donuts pasando las horas sabiendo que al llegar a casa una soberana bronca me esperaba. El enemigo eran ellos, porque , de alguna manera, era la primera vez que no me sentía tan sola. Éramos dos. Es lo que tiene el primer gran amor. Apurábamos la tarde, viendo como el sol se escondía aquí, en este mismo lugar. Pero, eso fue antaño.
( Ahora dos palomas corretean delante mía buscando algo que comer. Que pena, debería tener aquí algo de pan para ellas )
Este monomio que soy yo, siempre ha sido así. De pequeña, en el colegio, me pasaba el recreo en un rincón sola, esperando que acabase para volver a clase, y así no notar tan profundamente mi soledad. Aunque en realidad, no se qué era peor, pues una vez arriba tenía que enfrentarme a palabras, miradas , insultos... y yo callaba, aguantaba, y al llegar a casa lloraba. Siempre fui más que buena tonta. Ahora que miro atrás no se por qué me hacían eso. Aunque no era sólo a mi. No era gorda, ni fea, ni tenía grandes gafas, ni era empollona, pero no usaba ropa de marca, ni me metía con otra gente, ni me creía superior... Y por eso me cayó tal cruz. Los niños son muy crueles. No tengo ningún recuerdo bonito de mi época en el colegio. Las pocas amigas que tenía me hacían daño continuamente.
Viendo el brillo dorado del mar, pienso que me gustaría tener a alguien a mi lado con quien compartirlo. Como barco a la deriva, mi espuma se diluye sin que nadie se percate. Voy hacia el horizonte sin rumbo fijo. Tras la tormenta, el palo mayor se rompió, la cadena del ancla se ha partido, la velas rajadas, el timón no gira, la bodega inundada, la cubierta llena de algas, el casco agrietado, pero flotando, siempre flotando. Quizá las corriente marinas me lleven a un puerto donde me reparen. Navegación de cabotaje, sin brújula ni norte, atisbando la tierra sin llegar nunca a ella, sombra inalcanzable que se antoja lejana.
Miro a la derecha y veo una mujer leyendo un libro, y yo aquí escribiendo. Esto debe ser el lugar de meditación. Por detrás pasan gentes, coches... así es el paseo marítimo.
( Ya las palomas se fueron. Pasan surferos con sus tablas )

Después de tanto meditar, una señora mayor se me sentó al lado ( como no, siempre me pasan cosas raras, menos mal que esta vez no era un loco) y se me ha puedo a charlar. Cuando lo vi conveniente me despedí y me vine a casa. En realidad el texto es bastante más largo, pero digo tantas estupideces sin sentido que he optado por cortarlo. En fin, una tarde alternativa reflexionando ante el mar.

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