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Nagara

India

Esta noche me pregunto, lince de ojos vendados, dónde quedaron aquellas praderas doradas por las que cabalgaba a lomos del corcel negro de crines de miel. Si cierro los ojos puedo notar el viento ondeando mis trenzas, el sol en mi rostro, la velocidad , el trote, la libertad en las manos. Llegaron gigantes de alquitrán que secaron todos nuestros manantiales. Y la tierra se nos está marchando, hermano. Nuestra madre se nos muere. Los peces saben a ceniza, las liebres a carbón quemado. Me pregunto sobre esta pradera de asfalto, si nuestros padres sabían lo que iba a ocurrir. Quizá habrían luchado más.
La semana pasada fui al lugar donde nuestra familia vivió durante siglos. Recordaba que era un prado entre dos montañas. Allí nuestras tiendas formaban un círculo alrededor de la hoguera. A lo lejos recuerdo aquel río guardado entre altos árboles. Vaya, casi puedo tocar, al cerrar los ojos, a nuestro padre, con aquellas plumas y collares que no hacían más que aumentar su grandeza. Aún escucho los cánticos al anochecer, el jugar a atrapar pequeños animalillos, el esperar la caza del día...
Hermano, estaba todavía imaginando el olor a nuestra tierra, cuando, al llegar por carretera, un casino me aplastó. No me lo creía, no pude más que dejar escapar dos lágrimas. Escuché el grito de los pájaros, del cielo y la tierra, y comprendí que habíamos muerto.
Me pregunto, lince de ojos vendados, si olvidaste todo tu pasado al montarte en la vida actual. No, estoy segura que no. No puedes. Llevas en la sangre la vida salvaje, en los cabellos negros tu herencia, en los ojos avispados que hoy te sirven para los negocios, llevas en su fondo el cielo que nos abrigaba, en las manos sé que aún notas los brotes de la primavera. Levántate, grita, desnúdate de las camisas que aprisionan tu raíz, lucha por tu madre que muere a cada instante.
Si no, al menos, los fines de semana, cuando tu negocio te deje respirar, busca en algún rincón de otras tierras un pedazo de la nuestra: un monte, una pradera, un árbol, un río... Y, por un instante, permítete el lujo de sentirte como en casa. Allí me hallarás, sentada sobre el caballo, esperándote para jugar como cuando éramos niños y madre respiraba joven y fuerte.
Lince de ojos vendados, hemos muerto hace mucho tiempo, y tú en parte también. Pero si cierras los ojos, te aseguro que en aquella parte de tu ser que tienes tan olvidada, podrás encontrarnos, y encontrarte a ti también.

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