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Nagara

Ana

Ana se pasó años esperándo verlo pasar por la calle desde su balcón. Desde que terminaron no volvió a verlo,aunque sabía que no se había marchado del pueblo. No entendía cómo siendo un lugar tan pequeño, no viera a una persona que en algún momento del día pasaba por la calle principal. Al principio sólo por curiosidad, por saber cómo estaba, si iba acompañado o no, se asentaba en el balcón casi intentando convencerse de que sólo quería tomar el aire fresco. Veranos, inviernos, primaveras... las estaciones se sucedían a medida que aumentaba su ansiedad y su desesperación. Fácil sería ir a su casa y llamar a su puerta, pero la humillación de tiempos pasados, palabras mal sonadas, y el tiempo sin tener contacto eran evidencias que le hacían saber que eso sería una estupidez, pues él, a estas alturas, estaría con una mujer, o casado quizás, puede que incluso con hijos. Sabía dónde trabaja, vivía, en qué bar se reunía con sus amigos... Pero en cambio no sabía de su rostro tras el paso de los años. No lo veía por más que lo intentaba. Como centinela en guardia pasaba las noches y los días con su ilusión. La vida continuaba implacable. Consiguió un trabajo en la panadería del pueblo, movida claramente a intentar verlo en alguna ocasión. Pero fue en vano, pues sólo veía a su madre o a su hermana, con las cuales no intercambiaba más que dos o tres frases. Mantenía su vida equilibrada salvo por el detalle de la obsesión que marcaba el ritmo de su vida.
Así pasaron los años, 60 en concreto, hasta que una noche de verano su nieta Marga la encontró inerte en el balcón. Nunca contó a nadie su secreto. Nunca nadie supo por qué esa obsesión. Lo que Ana no supo jamás, es que a su entierro acudió un hombre muy mayor, que lloraba amargamente, y que tiró 60 rosas sobre la tumba.

1 comentario

Dragonfly -

precioso... pero muy triste...
besos